UNA NOCHE EN INTERNO El restaurante de la cárcel de mujeres de Cartagena de Indias

Economía y Negocios

El mayor temor de Candelaria Jiménez era tener contacto con la gente de afuera.

Afuera, la belleza perpetua de la ciudad se vuelve insuperable: cae el sol tras las murallas de Cartagena de Indias y las plazas, las casas coloniales, los palacios centenarios se encienden perfectamente con esa luz almíbar tan propia de la noche caribeña de este casco histórico. Las calles se llenan con gente luminosa de elegancia veranera que se deja perder entre la arquitectura monumental y la brisa vaporosa en largos paseos a pie o en carrozas tiradas por caballos con cocheros apretados en esmoquin que simulan viajes al estilo de los años 1600.

Adentro, en medio del aire húmedo que parece también aprisionado, Candelaria y las demás mujeres corren noche tras noche a darse los últimos retoques en sus celdas donde nadie puede verlas excepto otras reclusas. Faltan pocos minutos para que den las 7 pm y el restaurante abra de nuevo. A esa hora deben estar todas listas en sus puestos, ya sea en la cocina, ya sea entre las mesas. Tenis, pantalón negro holgado, delantal a la altura de la cintura, una camiseta estampada que dice "Yo creo en las segundas oportunidades", trazos sobrios de maquillaje y un turbante colorido como corona. Cualquier cosa que pase afuera, no tienen forma de saberlo porque en el mundo en que ellas viven siempre hay cuatro esquinas donde siempre habrá lo mismo.